Arcas de Noé

“Cuando llegues a casa, hablaremos”. No han pasado ni cinco minutos desde que los profesores han publicado digitalmente mis notas de bachillerato y mi padre ya me prepara para su sermón. Creo que el hecho de haber suspendido Matemáticas y Física tiene algo que ver.

“Y estás castigado, claro”. Claro, mamá, porque no te compensa que saque sobresalientes en Historia del Arte o Lengua. Esa es vuestra solución. Esa ha sido la eterna solución de la humanidad, reprochar y castigar.

Para colmo no tengo escapatoria, no tengo dónde ir a más sitio que a casa donde me esperan ambos. Un neurocirujano que no toca un paciente desde los tiempos de estudiante y una ingeniera en telecomunicaciones, experta en economía, coleccionista de sistemas de cobro y pago electrónicos. Son ambos pura tecnología y no se les puede negar conciliación familiar.

Pero cuánto echo de menos a mis abuelos. Ellos sí me entendían y me hubieran entendido en mis planes. Mis abuelos tuvieron, los cuatro, una cosa en común: conocieron a sus respectivas parejas gracias a la pasión a la que se dedicaban.

Los paternos, historiadores ambos, discutieron hasta el último día con mi padre sobre la utilidad de las humanidades.

Los maternos, zoólogos también los dos, lo hicieron por el materialismo de mi madre. No recuerdo un día en que no discutieran con ella.

A temporadas viví con cada uno de ellos, hasta que mis padres se cansaron de viajar, de coleccionar títulos científico-racionales y dejaron de aplicar la intuición para aplicar a todo fríos algoritmos. Y de aquella convivencia nació mi amor a las humanidades y repudio por la ciencia.

Convivencia… Vivir con… si así se le puede llamar a lo que hacemos. A mí me ha tocado hacerlo en Taranis. Bueno, realmente mi colonia es TRN-37, pero a todas les he puesto nombres de dioses mitológicos. Está Osiris, OSR-99, está Odín, ODN-3 y así más de trescientas. Me ayudó mucho leer aquellos libros que tanto repudiaba mi padre. Libros que me hubiera gustado leer en aquellos sitios que llamaban bibliotecas. Me hubiera gustado tocarlos, olerlos… porque dicen que olían, algunos a humedad, a viejos, a usados por muchas manos. Eso jamás lo va a hacer mi dispositivo electrónico, más allá de falsear perfumes. Tengo en la palma de mi mano 5 mil años de escritura, pero no tenemos papel.

Por mucho que se empeñen los políticos, los grandes empresarios y gente como mis padres, hoy día es imposible ocultar todo o parte de nuestro pasado, por muy vergonzantes que fueran los hechos. Y mira que intentan ocultárnoslo e intentan distraernos, “panem et circenses”. Pero no saben que otros muchos, a veces anónimamente, nos encargamos de recordar a todo el mundo que hubo una… una… ¿cómo la llaman? No hay un nombre único, se niegan a ponerlo en los textos oficiales, en los libros de educación y hasta evitan editar libros sobre ello. Pero la guerra existió.

Los hay que, de forma simplista, lo llaman “Tercera Guerra Mundial”. Otros “La Gran Guerra del Clima”, que me gusta más. Algunos más osados “La Gran Guerra Nacional-Económica”, pero ésta la niegan tantos… El caso es que un día llegó el colapso climático. Unas naciones-estados-países, yo ya no sé ni qué eran, intentaban salvaguardar el clima mientras perdían competitividad económica y sus ciudadanos se veían obligados a emigrar. Mientras otras ganaban más y más dinero contaminando más y más. Éstas decidieron invadir a las primeras ¿o fue al revés, para que las segundas no contaminaran? No se sabe, es motivo de disputa entre historiadores.

Todo son contradicciones, porque mientras unan decían que luchaban contra el cambio climático, no dejaban de gastar en armas o en sus carreras espaciales.

No voy a negar que, gracias a este gasto y estudios científicos sobre el universo, estoy aquí, pero el coste fue tan alto… se construyeron miles de naves. A unas las llamaron “Arcas de Noé”, no sé muy bien por qué, pero eran las que intentaron salvar el mayor número de especies de flora y fauna. Lo del nombre mi padre me dijo que era por una antigua religión o mitología de esas que tanto me gustan, pero por lo que he leído, fue una religión que perduró muchos más siglos que otras.

Lo malo fue que quisimos jugar a ser esos dioses, y el desastre estaba asegurado. De primeras no sobrevivieron ni la mitad de las especies.

De segundas murieron otro cuarto de ellas porque les faltaban las primeras o las que no habían venido.

Y de tercero, las restantes causaron unas plagas terribles. Resultado: no quedan flora o fauna en libertad.

Con lo que nuestras colonias son edificio tras edificio, con árboles artificiales que dan tonos verdes a los bloques que se esfuerzan en hacer diferentes y coloridos para alegrar a la población. Población que come alimentos artificiales y que por evolución genética no sabe lo que es el agua insípida… porque he leído que era insípida.

Pero el colmo de males es que en las colonias los pensamientos son únicos. Cada uno escogió destino en función de sus ideales, pero por mucho tiempo que pase no van a conseguir que no sepamos que hay otras colonias que piensan diferente. Y lo más grave, que hay gente que se quedó en la maltrecha Tierra. Desconocemos cómo sobreviven, si es que lo han conseguido.

Esa fue la gota que colmó el vaso para muchos. Se llenaron naves y más naves con obras de arte. Obras de todos tiempos, desde los primeros clásicos, pasando por los grandes de principios del XXI y, claro, los terceros clásicos (a los que aborrezco) del XXXIV. Esas naves podrían haber salvado a millones de personas, pero eran personas que pensaban diferente…

Yo solo quiero estudiar cómo es posible que llegásemos a ese nivel de depravación que nos hizo perder nuestro hogar. Yo y un montón de amigos. En nuestra colonia y en otras colonias. E intentar arreglar el clima que arrasaron en nuestra amada Tierra.

#COP25

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